De acuerdo con las autoridades, no existían pruebas, testigos o indicaciones de ningún tipo que pudieran apuntar a algún culpable en el vecindario. Así mismo, como ya dije, las ventanas parecían romperse de manera espontánea… incluyendo incluso aquellas que estaban ubicadas dentro de la casa, donde no hubiera podido alcanzarlas ninguna persona del barrio.
Algunas ventanas repuestas se volvieron a romper. Sin embargo, en total el episodio apenas duro poco más de una semana y jamás fue explicado satisfactoriamente por la familia, la policía… o la compañía de seguros quien tuvo que reponer los vidrios rotos. Se llegó a reemplazar algunos de los cristales del baño por vidrios de plástico para evitar que el fenómeno se repitiera.
Los investigadores (principalmente el arquitecto John C. Parker) también instalaron termómetros para garantizar que las rupturas no se debían a cambios súbitos de temperatura, una hipótesis que, aunque muy poco viable, era prácticamente la única hipótesis restante que tenían. Efectivamente, se comprobó que esta no era la causa.
Al final, no quedó más que un susto para la pobre señora y una gran cantidad de esquirlas de vidrio en el hogar de la familia. La noticia habría pasado desapercibida de no ser porque la investigación tomó algo de popularidad y apareció en varios periódicos de la región. Aún hoy se recuerda el lugar del fantasma de la Calle Butler.
No hay comentarios:
Publicar un comentario